Soy Hermana Custodia, de nacionalidad mozambiqueña, hija única de mi madre y de una familia muy humilde. Me consagré a Dios el 1 de Febrero de 2015, es decir que llevo apenas un año como Religiosa. Ingresé en el Instituto Obra Misionera de Jesús y María como aspirante a la Vida Religiosa el 10 de Enero de 2010, dando así un nuevo rumbo a mi vida.
Os preguntaréis que fue lo que me tocó el corazón o que ocurrió para que decidiera ser monja. Mi testimonio es muy sencillo y lo contaré en breves palabras, aunque creo que para quien nunca lo experimentó resulta un poco difícil entenderlo.
La cosa empezó así: Desde pequeña mi madre me llevaba a la “Iglesia”, y la tal “Iglesia” no tenía ni techo ni paredes, pues mi país estaba en guerra, así que los fieles se juntaban en cualquier lugar para rezar, aprovechando especialmente las sombras de los árboles. En estas capillas que nos ofrecía la naturaleza teníamos también la catequesis. Cuando tenía 9 años, una Religiosa vino a visitar nuestra pequeña Comunidad católica. Era la primera vez que veía una Hermana, pero tampoco y no entendí mucho lo que nos habló, pero si me llamó mucho la atención y empecé a sentir en mi interior unas ganas inmensas de ser como ella. Estos sentimientos nunca se los conté a nadie, pero mi catequista, que era una señora mayor, siempre me preguntaba: “Custodia, ¿Te gustaría ser Religiosa?” Yo no tenía ninguna respuesta para esta pregunta, solamente sonreía.
Así fui creciendo, sin ningún comentario con nadie, ni siquiera con mis padres, sobre lo que en mi interior estaba sintiendo. Solamente a veces cuando hablaba con mi madre le decía que yo no me quería casar, pero ella no me hacía mucho caso, pensando que era cosa de niños. Como estábamos en guerra, y en el campo donde yo vivía había muchas dificultades para estudiar, mis padres me mandaron a la capital, Maputo, en casa de una tía, para poder estudiar y acabar el bachiller. A medida que iba creciendo sentía un amor grande por la Iglesia y una necesidad de entrega y servicio a la misma. Sentía también que el Señor me llamaba, pero tenía muchas dudas, pues no sabía si todo ese mundo interior que vivía era verdad o solamente ilusiones mías, porque por otro lado, al ser hija única por nada del mundo quería separarme de mi madre; pero esa voz gritaba cada vez más en mi interior y me acuerdo que yo pensaba cosas como estas:
- “Yo no sé lo que va a ser de mi vida, pero Señor, hágase tu voluntad”.
- “Si no me entrego a Dios, me voy a casar y a cuidar de mi madre”
- “Custodia, si te casas tu felicidad no será plena, porque ese no es tu camino”…
Todas estas cosas pensaba y era muy difícil decidirme, pero no lo quería comentar con nadie, aunque la gente con quien vivía y compartía veían en mi “un no se qué…” y siempre me preguntaban si no quería ser monja.
En Maputo, comencé la preparación para la Confirmación en la parroquia que les correspondía a mis tíos. Mi primera catequista fue una Religiosa Dominica del Rosario, pero ya cuando estaba casi para recibir el sacramento asumió el grupo de confirmación una Religiosa española de la Obra Misionera de Jesús y María, congregación que estaba presente en esta parroquia. Esta Hermana era también mi profesora de Historia en la escuela. Yo, con mi carácter un poco tímido llevaba una vida normal en mis estudios, participación muy activa en la vida parroquial, pero siempre ensimismada en mis divagaciones, sin comentar nada a nadie. Mi catequista y profesora, la Religiosa Misionera de Jesús y María, me observaba sin yo darme cuenta, pues según me ha contado después, notaba en mi una “algo” distinto a las otras jóvenes del grupo parroquial. Finalmente un domingo al finalizar la Misa, la Hermana, después de la acción de gracias salía ya del banco y al hacer la genuflexión se encuentra conmigo y ahí mismo delante del Sagrario me dice: “Custodia, ¿Tu nunca has pensado en ser Religiosa?”. Ante esta pregunta no dudé ni un segundo y enseguida le respondí que sí, que ya había pasado esta idea muchas veces por mi cabeza. Seguidamente la Hermana me invitó a su casa y a pasar algunos ratos con su Comunidad de Religiosas, indicándome que debía hablar de esto con mis padres. En ese mismo instante en mi interior me dije: “ Señor, ya no tengo más dudas, este es mi camino, ya tengo claro que me llamas a tu servicio”.
Pero como siempre, yo seguí en mi mutismo sin comentar nada a nadie. Acabó el curso y me fui de vacaciones a mi pueblo natal para visitar a mis padres. Una noche les conté la conversación que había tenido con la Misionera en Maputo y que me quería ir al convento. Tanto mi padre como mi madre, aceptaron mi decisión, diciéndome que ya era mayor de edad y tenía plena libertad para decidir mi futuro. Sin embargo, todavía me resistí a la llamada del Señor un año más. Hacía tiempo tenía en mi cabeza el pensamiento y la ilusión de hacer un curso profesional. Así que cuando comenzó el año volví a la capital, fui a hablar con la Hermana y le dije que ya tenía la aprobación de mis padres, pero que antes quería hacer un curso. Me presentaría al examen de admisión y si lo aprobaba, ese año no entraría al convento, sino que estudiaría. Me presenté y aprobé. Empecé a estudiar y mientras tanto visitaba a las Hermanas y compartía con ellas algunos momentos de oración, fraternidad, etc…
Terminado el curso ya tenía plaza para trabajar y fue un motivo más para ir alargando mi entrega a la Vida Consagrada. Yo pensaba así: “mejor ahora voy a trabajar por lo menos un año para ganar algo de dinero y poder ayudar a mi madre”. Entretanto, la Hermana que me hizo salir de mi “nebulosa” tuvo que viajar a España por motivos Congregacionales, pero me encomendó a otra Hermana de la Comunidad. Cuando le comenté a esta Hermana lo que estaba pensando me dijo: “Custodia, decídete ya, porque todas esas disculpas que pones, proceden del Maligno. Dios conoce tu familia, y tu vida, El cuidará de ellos y nosotros rezaremos por todos”. Estas palabras me llegaron al corazón y ahí mismo decidí que ya era hora de dejar todo y seguir al Señor.
Así que en Diciembre de ese año, 2009, volví a mi pueblo para comunicar a mis padres que en Enero ingresaría al convento. Como había pasado un año desde que se lo dije la primera vez, ellos pensaban que ya había cambiado de opinión, y para mi madre fue un golpe muy duro, pero aceptó a favor de la felicidad de su hija. Las Religiosas de la Obra Misionera de Jesús y María esas Navidades vinieron a conocer a mi familia y mi padre se quedó muy tranquilo, mientras que mi madre, llena de dolor, pero consiguió también disimularlo delante de las Hermanas. Al llegar a la capital fue una sorpresa para mis tíos, primos, y toda la gente de la Parroquia. Mis primos intentaron hacerme cambiar de idea con argumentos como este: “¿Dejas a tu madre sola? ¿Se te ha olvidado que eres hija única?”.. A pesar de todo, ya no pensaba volver atrás. Mi tío me animó mucho y fue el quien me acompañó al convento.
Al día siguiente viajamos para la casa donde tenía que hacer mi experiencia. Cuando llegué fui recibida con mucha alegría y dije dentro de mi: “ esta es mi casa, este es mi lugar; Señor, cueste lo que cueste yo quiero ser tuya toda mi vida”.
Sufrí mucho el primer año, porque todo el tiempo pensaba en mi madre, aunque lo disimulaba. A pesar de este sufrimiento, nunca pensé en volver atrás. Yo solo rezaba por mi madre para que el Señor la fortaleciera y sé que esto Dios me lo ha concedido porque aunque a veces llora cuando se acuerda de su chiquilla, está contenta de mi vocación.
Ahora mismo soy muy feliz, me siento realizada y le pido todos días al Señor la fidelidad hasta nuestro encuentro definitivo en el cielo.
Gracias por escucharme. Recen por mí, por mi Congregación y por nuestras familias.
Hna. Custodia Vicente, 17 de Abril de 2015