P. DANIEL DÍEZ GARCÍA, COFUNDADOR
Breve reseña de su vida
El Padre Daniel Díez García nació el 7 de enero de 1907 en Rioseco de Tapia (León). Sus padres lo llevaron a bautizar el mismo día de su nacimiento y lo formaron en un ambiente cristiano, pues en aquel hogar se rezaba todos los días el santo Rosario y se bendecía la mesa. Daniel era despierto de inteligencia, dócil, obediente, alegre y servicial.
En el año 1919, cuando Daniel contaba 12 años ingresó en el seminario de los PP. Agustinos de Valencia de Don Juan (León). El 21 de agosto de 1922 entró al noviciado y el 22 de agosto de 1923 hace sus votos en el convento de Valladolid. El 18 de junio de 1931 es ordenado sacerdote y el 26 de julio del mismo año, fiesta de San Joaquín y Sta. Ana, cantó la primera Misa en su pueblo natal.
Al poco tiempo, sus Superiores lo destinaron a Argentina, volviendo a España en 1936, poco antes de estallar la guerra civil española, la cual le cogió en Madrid.
Encuentro con Mª Pilar Izquierdo Albero
Pasada la guerra, en octubre de 1939, se volvían a abrir en España las universidades y el P. Daniel fue destinado a Zaragoza para cursar estudios universitarios de Filosofía y Letras. Ignoraba entonces los designios que el Señor pudiera tener sobre él. Otro agustino, compañero de estudios, uno de los días, lo invitó a conocer a una enferma paralítica, ciega, sorda, que era muy buena y especial por sus dones sobrenaturales; pero se llegó el 8 de diciembre y no habían podido ir. Este mismo día les comunicó Fray Vicente González que “Pilarín”, la ciega y paralítica, se había curado milagrosamente. El día 9 fueron a la buhardilla para conocerla y el día 11 recibió al P. Daniel solo. En este encuentro él se dio cuenta que allí estaba el dedo de Dios; dentro de su alma sintió un gozo inexplicable que le hacía pensar en el gozo de los dos discípulos de Emaús, cuando les hablaba Jesús.
Curada ya Mª Pilar Izquierdo Albero, el día 15 de diciembre, salió para Madrid con un grupo de colaboradoras para poner en marcha la fundación de las Misioneras de Jesús y María y, providentemente, en el curso 1940-1941, el P. Daniel también era destinado por sus Superiores a Madrid para proseguir allí sus estudios. De este modo pudo ayudar a M. Mª Pilar en el desenvolvimiento de la Fundación, que desde sus principios tuvo que pasar por muchas y graves dificultades.
Gracias al P. Daniel Díez y al P. José Dueso, claretiano, el Sr. Obispo de Madrid volvió a conceder la aprobación de la Obra, quedando entonces constituida como Pía Unión de Misioneras de Jesús, María y José. A principios del año 1942, con la aprobación de sus Superiores, el P. Daniel fue nombrado por el Sr. Obispo de Madrid, Director y Capellán de la Pía Unión; pero, en septiembre de ese mismo año, fue nombrado por el Capítulo Provincial de su Orden agustiniana, Vice-Rector del Colegio de Santander y hubo de trasladarse allí.
En el año 1944, la tormenta volvió a arreciar fuertemente contra Madre Mª Pilar, hasta el punto de tener que retirarse ella de su propia Obra en noviembre de 1944.
El P. Daniel, viendo el cariz que tomaban los acontecimientos, quiso ayudar a la Madre y, sin importarle el descrédito personal que pudiera sufrir por defenderla, cuando más arreciaba la tormenta, se presentó al Sr. Nuncio Mons. Gaetano Cicognani para exponerle lo que ocurría. El Sr. Nuncio le apoyó y le aconsejó pedir la exclaustración de su orden para que se pusiera a la defensa de esta alma de Dios y “su Obra”, porque “sería de mucha gloria para la Iglesia”.
Pasados sólo unos meses, el 27 de agosto de 1945, murió la Madre en San Sebastián, totalmente desamparada de todos y dejando en la más absoluta soledad al P. Daniel y a las nueve jóvenes que la siguieron. ¿Sería todo un fracaso? No. Aquel “rebañico” confiaba plenamente en las palabras que la Madre les dijo al morir: “La Obravolverá a resurgir con más brillo que si no hubiera pasado nada…”.
Dña. Victoria Alcarraz de Innerárity, le dijo por aquellos días: “Madre, tenía que haber ido a mi casa de Logroño y allí se hubiera mejorado”. “Ya iré -respondió la Madre- pero, a Logroño me llevaréis en andas… No os extrañe que el Sr. Obispo de allí apruebe la Obra… pero, allá para los dos añicos”.
Providentemente todo se cumplió. En septiembre de 1947, el Padre Daniel y las nueves jóvenes que se habían quedado con la Madre, fueron admitidos por el Sr. Obispo D. Fidel García Martínez en su diócesis de Calahorra, La Calzada y Logroño. Él les dijo: “La prueba mayor de que la Obra es de Dios es por la que Uds. están pasando; vengan a mi diócesis”.
Al llegar, ocuparon el chalecito de “El Terrenín”, ubicado en la finca que les donaron los Sres. Innerárity Alcarraz y, desde esta casa, atendían a los enfermos y pobres de Logroño, tanto a domicilio como en el dispensario médico y dental que pusieron a funcionar en “El Terrenín.
El P. Daniel, mientras se organizaban, fue destinado por unos meses a la parroquia de Munilla; luego pasó a Ausejo y poco tiempo después a Lardero, población cercana a Logroño. Finalmente, para que pudiera estar más al tanto de la Obra Misionera, lo trasladó a la Parroquia de Sta. Teresita de Logroño. Como la Obra Misionera ya se iba extendiendo por España y América, era necesario que quedase más libre el P. Danie; por eso en el año 1955, Mons. Abilio del Campo, entonces Obispo de Calahorra, le dejó solamente con el cargo de Capellán de la Obra Misionera de Jesús y María.
Expansión de la Obra Misionera bajo la dirección del Padre Daniel
Efectivamente, el grupo de Misioneras iba aumentando. En el 1952 fueron llamadas para Avilés y Bogotá (Colombia), pudiendo ponerse en marcha las dos fundaciones en el 1953.
En 1956, el P. Daniel y la M. Carmen Traín, Directora del grupo, hicieron su primer viaje a Colombia, donde ya se habían abierto tres casas.
El Padre Daniel, después de morir la Madre, fue el motor de la Fundación, siendo muy acertadas las palabras que les dijo a las Hermanas poco antes de morir: “Mirad, no tengáis miedo; en mi nombre os queda el Padre, haced siempre lo que él os diga; él será para vosotras vuestro padre, vuestra madre, vuestro hermano, vuestro amigo”. Él trabajaba incansable en la formación de todas las Misioneras y veló continuamente por mantener el buen espíritu religioso, exhortando, animando y guiando sus almas por los caminos de la perfección y, gracias a Dios, la Obra Misionera de Jesús y María se fue extendiendo “en silencio y sin ruido”, como era la consigna del Padre.
Después de una vida oculta de oblación y sacrificio por y para la Obra Misionera, murió santamente rodeado de sus Hijas el 23 de octubre de 1997, a los 90 años de edad. Sus restos descansan junto a los de la Beata Mª Pilar Izquierdo en la Cripta de la Iglesia de la Casa Madre y Generalicia de la ciudad de Logroño.
Dejaba al morir 22 casas en marcha entre España, Colombia, Ecuador, Venezuela, Roma y Mozambique. Poco tiempo después se abrían otras dos en México y otra en Indonesia y, todo ello, gracias a la ayuda de Madre Mª Pilar desde el cielo y al desvelo y orientación humana del Padre Daniel aquí en la tierra.
¿Cómo era el P. Daniel?
De alma grande, de una bondad, sencillez y humildad extraordinarias, un Padre compasivo, especialmente con las Hermanas que sufrían o tenían algún problema; fino en sus modales, puro y mortificado, amaba la pobreza y sufrió con paciencia y sin queja todos los desprecios que le vinieron por seguir a la hoy Beata Madre Mª Pilar Izquierdo. En silencio y sin ruido también, logró vencer todos los obstáculos, pues su fe era inquebrantable, así como su confianza en la Providencia divina. Esa fortaleza le venía del amor a la Eucaristía, pues pasaba muchos ratos en oración solitaria ante el Santísimo, y se apreciaba en él una continua presencia de Dios; donde quiera que estuviese tenía siempre una compostura intachable.
Era maestro de prudencia, con una sensatez y visión de futuro nada comunes. Sus Hijas podíamos confiaren él plenamente y sentirnos seguras con sus sabios consejos. El Padre lo era todo para nosotras. Como dijo la Madre, él fue nuestro padre, nuestra madre, nuestro hermano, nuestro amigo”. Ahora también notamos su ayuda e intercesión desde el cielo.