Nuestra vida consagrada, como estilo de vida centrada en Cristo, significa vivir del amor y vivir para el Amor; por lo tanto, nosotras como Misioneras de Jesús y María, trataremos de dar respuesta a nuestro carisma, para convertir nuestro patrimonio espiritual en la expresión concreta del amor.
Como “Obra Misionera” todas nos sentimos llamadas a ser testigos del amor de Dios a losmás pobres y necesitados de este mundo, viviendo nuestra consagración a Cristo, en la entrega al servicio del Reino de Dios en la evangelización, y el amor y devoción a nuestra Madre la Virgen Inmaculada con fidelidad y compromiso evangélico. Abrazamos los Consejos Evangélicos, la vida comunitaria, la oración y la misión como camino que afianza nuestra vocación carismática y hace visible la presencia amorosa de Dios entre los seres humanos.
Cristo y su evangelio son regla suprema de nuestra vida y de donde brota la primera fuente de nuestra espiritualidad. Cristo que como Hijo obediente y obediente hasta la cruz, supo amar sin límite y sin barreras, nos muestra el verdadero camino que, nosotras como misioneras hemos de recorrer, configurando nuestra vida a la de Él, amando lo que Él amó y viviendo como Él vivió.
A ejemplo de María, nuestra Madre, no buscaremos los primeros puestos ni ser reconocidas ni admiradas; dejaremos como Ella ese lugar a Jesús su Hijo, sintiéndonos siervas inútiles que no merecen más recompensa que la de su Maestro y Señor. María, Sierva del Señor, supo acoger la voluntad de Dios y llevarla a término desde el amor y la gratuidad; nosotras acogiendo en nuestro corazón su testimonio y ejemplo de seguimiento, viviremos desde el amor y la gratuidad, convirtiéndonos así en presencia creíble de Cristo, de quien María la Virgen fue precursora.
VIDA FRATERNA
Las Misioneras de Jesús y María hemos sido convocadas a vivir en Comunidad por el Espíritu Santo. Por lo tanto, la vida fraterna en comunidad antes de ser una realidad humana, para nosotras, es una realidad trascendente, por lo nos esforzamos en crear comunidades fraternas en un clima de apertura, sinceridad, respeto y diálogo, acogida y perdón, para ser signo profético y testimonio creíble.
En la vida comunitaria alcanzamos nuestra plenitud. Vivimos la comunidad en la oración, en el trabajo compartido, en el proyecto comunitario, en la formación continua, en la recreación. La vida diaria de comunidad es una ayuda mutua para vivir con mayor autenticidad nuestra consagración y misión.
NUESTRO CARISMA
Asumimos con gozo el carisma de nuestra Congregación entregándonos plenamente al Reino de Dios mediante la práctica fiel y amorosa de las Obras de misericordia. “Nuestro Amado quiere que las Misioneras de Jesús y María sean embajadoras de su Corazón Divino… y que por su gracia divina hagan lo que nuestro Salvador hizo en la vida activa”.
Para que esto sea una realidad visible, abrazamos la práctica, por amor a Cristo Nuestro Señor, de los Consejos Evangélicos, por los que desligadas voluntariamente de las cosas del mundo y de nosotras mismas, quedamos en libertad de espíritu para incorporarnos de un modo especial al misterio y misión de la Iglesia, dedicándonos totalmente al servicio de Dios y de nuestros hermanos, contribuyendo así, en la medida de nuestras fuerzas, a que Cristo sea conocido y servido en el mundo en que vivimos.
La Misioneras de Jesús y María, interpretando y respondiendo fielmente al carisma que nuestra Madre Fundadora nos confió, proponemos, como fines especiales, servir a Cristo y realizar nuestra consagración de vida:
a) en la práctica fiel y amorosa de las obras de misericordia corporales y espirituales, pues “lo principal de nuestra Obra, son las obras de misericordia”
b) y sobre todo, con los pobres, enfermos, clase obrera, niños y necesitados de cualquier orden que sean.
Para poder alcanzar estos fines, nos proponemos:
a) Atender a los pobres, ancianos y enfermos en sus domicilios particulares o en centros propios u oficiales, según los casos.
b) Acoger a los niños en centros de educación infantil, especialmente a los hijos de padres trabajadores, o enfermos.
c) Conquistar para Dios a cuantas personas estén alejadas de las prácticas religiosas, facilitándoles la recepción de los sacramentos, y colaborando en la pastoral parroquial.
d) Llevar esta acción a los territorios de misiones.